De adioses y sombras.

Y la tarde volverá a su pausa,
la cadencia de lo somnoliento,
la textura de lo previsible,...
el suicidio del sobresalto.

Y el pacto volverá a ser firme,
la partitura será entonces, la misma,
la melodía sonará grave,
la marcha me acompañará.
Y la barca quieta en el mar Muerto,
será el preludio de la despedida,
donde el alma tenue del balcón desnudo,
quizás la ante sala de nuestro adios.

Encrucijada.

Si se mordiera,
el viento de la mañana
y la vela, precisa,
hinchara rumbo al poniente.


¿La tarde sería isla?
páramo desolado,
del náufrago refugio,
del diván.


¿La noche sería cueva?
refugio del agotado,
escondite de un mendigo
de amor.


¿La luz sería diáfana,
el aire puro,
la nube espuma
de mar?


La senda, entonces, tal vez,
un camino que desandar.