Me enamoré, lo reconozco, quizás sea mi corazón volátil, tal vez, el azar, siempre el azar. El cruce de miradas, el desparpajo.
Estaban recostados y vencidos junto al contenedor verde, cosa que pensé no pegaba. Pero fueron sus ojos de "perro degollado" sabiéndose al fin de su existencia, los que me impulsaron a pararme. Se imaginaban pasto de las llamas, o pudriéndose en un baldío cualquiera.
Eran parecidos pero muy diferentes, mientras el primero decidido y lenguaráz, prefería el primer destino, reunir a gente en torno a una hoguera y hacerse humo, al segundo en cambio, le apetecía, ser hogar de hongos y escarabajos, de ciempies y bichos bolita, ir desapareciendo poco a poco, destino de la madera comentó.
El más estropeado dijo entonces (desde su dignidad de caballete), ¡ Pero tenemos resto!!! ¡ Las piernas todavía nos aguantan!!! increpó el otro. Mientras yo meneando la cabeza, y dando un paso atras sorprendido, por el brusco cambio de los acontecimientos pensaba... No!! porque cuando digo no... es no... La neurona de la negación se hinchaba de bronca, me conoce demasiado.
Nosotros antes tuvimos un pasado de gloria, me dijeron, te contamos? Y yo gente, que a una charlita no le digo no ni a palos, me puse a escuchar.
Y viaje,vaya si viaje con ellos a la tarde aquella del picnic de primavera en la playita tierna, o los días de matanzas, de los que recordaban en especial cuando el primo que llegó de Barcelona se lió a la amiga de Juana. Y cuando participaron en la diada sobre la plaza, hecho que recuerdan con angustia porque en el entrevero... casi les separan. De ese día recuerdan la angustia, solo matizada por las sonrisas de los peques... los peque. Uno de ellos, el más lanzado, contó que en su larga existencia pudo ver más de una pierna interesante como las de... y calló. Por muy caballete que parezca soy un caballero, agregó mientras me guiñaba un ojo y sonreía.
Les imaginé entonces en casa, dandolés una segunda oportunidad, una tercera, en fin, otra.
Porque al fin y al cabo, todos y todas alguna vez, pasaremos por eso. Todos y todas en algún momento estaremos arrinconados ahí en una esquina de nuestra historía vital, esperando, decidiendo.
Y fue entonces, recién entonces cuando les imaginé, aguantando un tablero de ajedrez, mientras comentaban la jugada y les dije, muchachos... contratados!
Estaban recostados y vencidos junto al contenedor verde, cosa que pensé no pegaba. Pero fueron sus ojos de "perro degollado" sabiéndose al fin de su existencia, los que me impulsaron a pararme. Se imaginaban pasto de las llamas, o pudriéndose en un baldío cualquiera.
Eran parecidos pero muy diferentes, mientras el primero decidido y lenguaráz, prefería el primer destino, reunir a gente en torno a una hoguera y hacerse humo, al segundo en cambio, le apetecía, ser hogar de hongos y escarabajos, de ciempies y bichos bolita, ir desapareciendo poco a poco, destino de la madera comentó.
El más estropeado dijo entonces (desde su dignidad de caballete), ¡ Pero tenemos resto!!! ¡ Las piernas todavía nos aguantan!!! increpó el otro. Mientras yo meneando la cabeza, y dando un paso atras sorprendido, por el brusco cambio de los acontecimientos pensaba... No!! porque cuando digo no... es no... La neurona de la negación se hinchaba de bronca, me conoce demasiado.
Nosotros antes tuvimos un pasado de gloria, me dijeron, te contamos? Y yo gente, que a una charlita no le digo no ni a palos, me puse a escuchar.
Y viaje,vaya si viaje con ellos a la tarde aquella del picnic de primavera en la playita tierna, o los días de matanzas, de los que recordaban en especial cuando el primo que llegó de Barcelona se lió a la amiga de Juana. Y cuando participaron en la diada sobre la plaza, hecho que recuerdan con angustia porque en el entrevero... casi les separan. De ese día recuerdan la angustia, solo matizada por las sonrisas de los peques... los peque. Uno de ellos, el más lanzado, contó que en su larga existencia pudo ver más de una pierna interesante como las de... y calló. Por muy caballete que parezca soy un caballero, agregó mientras me guiñaba un ojo y sonreía.
Les imaginé entonces en casa, dandolés una segunda oportunidad, una tercera, en fin, otra.
Porque al fin y al cabo, todos y todas alguna vez, pasaremos por eso. Todos y todas en algún momento estaremos arrinconados ahí en una esquina de nuestra historía vital, esperando, decidiendo.
Y fue entonces, recién entonces cuando les imaginé, aguantando un tablero de ajedrez, mientras comentaban la jugada y les dije, muchachos... contratados!