La tristeza es mía,
como la soledad
del invierno berlinés
tatuada en los huesos.
El llanto
gobierna los actos
después de la tormenta.
Falta un proyecto, el desafío.
La tristeza me pertenece,
como la soledad
de las curvas sinuosas,
la distancia de las rectas.
La tarde aquella
en la que todo fue hoguera,
inunda mi río, lo desborda,
besa las orillas de mis seguridades.
La dicha se desmarca
en infinitos tirabuzones
verticales, la caída.
La tristeza,
al menos la mía,
me pertenece.
De a ratos salgo de ella,
rompo su acecho de décadas,
escapo de sus tenazas
y vuelo.
Más,
riobajera, emboscada, artera, reaparece,
tan rioplatense, tan tanguera,
que sabe de ausencias y lejanía.
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