Tatino y Elvira, eran amigos de mi viejo de la infancia, de la juventud. Los años les fueron alejando y mientras los primeros sufrieron persecución y cárcel por sus ideas, papá se enredó en esto de la vida. Siempre fueron grandes amigos y cuando lograron reencontrarse y nos visitaban, yo les veía como si se tratase de magníficos.
Cuando mi viejo enfermo del corazón, Tatino y Elvira desplegaron toda la solidaridad que posee la gente noble, acogiendole en Buenos Aires, desviviendose por ayudarnos. Yo les visité, estrenando los primeros 18 y hablamos de política e inquietudes. Él me prestó unos libros, a sabienda, estoy seguro, que jamás se los devolvería... ese gesto de generocidad extrema me marcó para siempre.
Quizás sea por eso que cuando me fuí, dejé mi biblioteca sembrada en casas de amig@s. Fué como una ceremonia de despedida. No eran tantos, pero hubo desgarro y alegría a partes iguales. El texto de Federico Coutaz , me recuerda este gesto y aquél, como si de un mismo episodio se tratase.
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