En el cruce de caminos,
el encuentro.
La energía contenida de la espera,
los años como siglos,
cayendo,
plácidas hojas del almanaque mudo,
la emoción abordandomé el alma,
transportándome,
el viaje.
Y volar de Palestina a Machu Pichu,
de La Candona a Finisterre,
en un abrazo clandestino,
la fusión de las almas,
los corazones acompasados,
al ritmo del micro
explotandote en el pecho.
A lo lejos,
el crepúsculo presagia
un escenario en llamas,
el aleph cosmico de la buenaventura,
la ventana abierta,
a la esperanza,
la tarde aquella,
que amaneció.
Al compa Manu Chao,
la buenaventura y la esperanza.
domingo, 24 de julio de 2016
lunes, 11 de julio de 2016
La puerta de hierro.
La historia es larga. Fue un flechazo. Estaba parada en la puerta de una panadería, me sorprendió, se hizo la distraída y como no podía ser de otra manera, pegué la vuelta e intenté subirla a la furgoneta, llevaba una máquina y café, casi no había espacio. En fin, no pude.
Esa tarde salíamos para Menorca, lo que hacía imposible que pudiera ir a buscarla. No me la podía sacar de la cabeza, una puerta de horno, de fundición de hierro... impresionante y así fue. Volví de Menorca, pasó una semana y, a la siguiente, la ruta me llevaba por ahí, y yo con una fijación en la cabeza: la puerta de hierro. Pues bien, ahí estaba, fría, espectante, soberbia. Debo confesar que venía preparado y no se resistó. Claro yo tenía unos diez años menos. A partir de ahí, deambuló por el patio, como un trofeo épico. En las tertulias solía comentar que cuando logré subirla, escuché desde una ventana alguien que gritaba: ¡Muy bien! (la fábula). Hace unos años Marcelo me ayudó y la subimos bajo el mandarino.
Ayer me encontré, de nuevo, en la barca y se tensó el sedal del desafio. Y picó, había que subirla al asador, y se preparó el músculo, y la neurona, y chorreaba adrenalina, y cansancio. Como si de un pez espada se tratase, "el viejo y el mar", reeditándose por enésima vez. El esfuerzo, como ayer. El riesgo siempre, al limite. Y entonces, conmovida la puerta, cedió al impulso, ocupando su sitio final.
Esa tarde salíamos para Menorca, lo que hacía imposible que pudiera ir a buscarla. No me la podía sacar de la cabeza, una puerta de horno, de fundición de hierro... impresionante y así fue. Volví de Menorca, pasó una semana y, a la siguiente, la ruta me llevaba por ahí, y yo con una fijación en la cabeza: la puerta de hierro. Pues bien, ahí estaba, fría, espectante, soberbia. Debo confesar que venía preparado y no se resistó. Claro yo tenía unos diez años menos. A partir de ahí, deambuló por el patio, como un trofeo épico. En las tertulias solía comentar que cuando logré subirla, escuché desde una ventana alguien que gritaba: ¡Muy bien! (la fábula). Hace unos años Marcelo me ayudó y la subimos bajo el mandarino.
Ayer me encontré, de nuevo, en la barca y se tensó el sedal del desafio. Y picó, había que subirla al asador, y se preparó el músculo, y la neurona, y chorreaba adrenalina, y cansancio. Como si de un pez espada se tratase, "el viejo y el mar", reeditándose por enésima vez. El esfuerzo, como ayer. El riesgo siempre, al limite. Y entonces, conmovida la puerta, cedió al impulso, ocupando su sitio final.
sábado, 9 de julio de 2016
Menorca.
En el horizonte,
la hermana menor
dibujaba su silueta
de isla cercana.
la hermana menor
dibujaba su silueta
de isla cercana.
La mujer sirena
emerge implacable,
con su cola
de coral y roca.
Seduce,
frena la ola,
le espanta,
reduce su furia
de temporal.
Dueña de la tarde,
amante del crepúsculo,
cancerbera del sol,
madre de la luna,
habitante de los amaneceres tiernos...
pecado capital.
Vuelve al mar!
emerge implacable,
con su cola
de coral y roca.
Seduce,
frena la ola,
le espanta,
reduce su furia
de temporal.
Dueña de la tarde,
amante del crepúsculo,
cancerbera del sol,
madre de la luna,
habitante de los amaneceres tiernos...
pecado capital.
Vuelve al mar!
miércoles, 6 de julio de 2016
Llegada.
Venía con un montón
de aventuras
bajo el brazo,
portaba historias
sin finales,
hormigas sin memorias,
destellos de fugaces
acrobacias imposibles.
Y al final,
el tan locuaz,
solo pudo hablar
de sus ojos,
y de la mesa,
ese abismo,
qué les separaba.
de aventuras
bajo el brazo,
portaba historias
sin finales,
hormigas sin memorias,
destellos de fugaces
acrobacias imposibles.
Y al final,
el tan locuaz,
solo pudo hablar
de sus ojos,
y de la mesa,
ese abismo,
qué les separaba.
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