domingo, 13 de mayo de 2012

La generación del abuelo.

                                                                                           Tenían un destino,
                                                                                           construir países... más nadie,
                                                                                           les había avisado.


¿Cuándo? ¿Cuándo lo hizo?.
¿En qué momento decidió el  "no va más"  y se trazó la empresa de forjarse un porvenir lejos de estas tierras?
¿Cuál fue el motivo? ¿Qué neurona rebelde se impuso a las demás de un grito?  ¿Cuántas dudas le abordaron? ¿Cuántas certezas?.


Y el pueblo va apareciendo y desapareciendo, más lo segundo que lo primero, entre curvas y cuestas, entre montañas y bosques.
¿Cuántos otros a pie o a caballo,  o acompañados por el crin-cran de un carro viejo siguieron el mismo camino?
Y el pueblo va desapareciendo de la retina enjuagada, de la vista borrosa.Va desapareciendo en cataratas con un "hasta pronto" eterno entre los labios.   
Atrás quedaron los pañuelos, las vidas de unos y otros que se reacomodan, que siguen sus ritmos de puños y dientes apretados, las vidas que no aflojan, en el surco o en el andamio. Qué más da.
A los que parten les espera el muelle.
La despedida, siempre la despedida.
Los abrazos, los buenos augurios, el lloriqueo de algún niño que algo presiente.
Un joven desorientado y triste mira el paisaje de agua, otro, en cambio, mira hacia atrás y sonríe, nadie notará su ausencia.
Suben el puente como sonámbulos, desorganizados, con pasitos cortos ¡Guarda con los niños!
Y se quedan mirando los unos a los otros a los ojos, con firmeza, aunque tiemble el mentón ¡Hasta la vista!
Y la vista comienza a moverse, las manos se agitan multicolores , como banderines. Los pies empiezan a flotar en un vaivén infinito. ¡Si pudiera congelar el momento!
Y la gente de uno y otro lado empieza a hacerse pequeña, diminuta.
Veo a mi madre y a mi tío, prendidos de la pollera de mi abuela,al abuelo hablando con su hijo mayor sobre el futuro.
Mientras, la gente se convierte en un punto que se pierde en el horizonte.


A mi gente le esperaban 15 días en barco hasta el destino Buenos Aires y de ahí 500 kilometros hasta Santa Fe, donde finalmente se asentaron.
Y en ese lugar comenzaron a construir un país. Claro que no lo hicieron solos. Había muchísimos paisanos en la empresa. Gallegos, suizos, italianos, árabes. De todos los sitios confluían a esas tierras pampas, donde el trabajo y las oportunidades abundaban.
Ellos, que salían corridos por la guerra, el hambre, la falta de futuro, la aventura, aquellas tierras a construir un país ¡ Y vaya si lo hicieron! Con tesón, con coraje, con grandeza.
¿Qué será de mi gente?¿Qué de mi pueblo?.
La generación de mi abuelo Jaume constuyó, a principios del siglo pasado, países allende el mar.
Hoy, estos países se encuentran acosados por la falta de futuro.
La generación del abuelo construyó países, pero dejó que otro los condujerán por ellos.
Ha de llegar el día en el que los trabajadores, protagonistas de su propio destino, puedan decidir qué hacer con la obra que han creado.
Cuando me adentro en el pensamiento del abuelo, tan lejos de la tierra que amó como a ninguna, descubro lo profundo del sacrificio, del gran esfuerzo.
Lo primero que hizo Jaume en su finca fue sembrar naranjos, que al tiempo se transformaron en árboles de noble porte, unas plantas de membrillo, una higuera, un níspero y una parra. Y un cerezo que dicen, no dio frutos por eso del clima.
Se dedicaron al tomate (monocultivo en aquella zona santafesina), tan duro para el productor, siempre expùesto al mercado y a sus necesidades, a un año bueno y otro malo. ¡Y aquello queda tan, pero tan lejos! 
El campesino, el agricultor siempre en el surco.



¡Qué poco sé de vos, viejo!
¡Cuánto más quisiera saber!
Te busco, alguna tarde, por cuatro caminos de Son San Martí o en tu vieja casa de Muro, en tu Mallorca natal, fue ella la que me dijo que aún te añora.
Fue el portal quien me preguntó por tu ausencia, quería saber de tu valor, de tu fuerza, de tu audacia.
Yo le dije que sólo te recuerdo sentado bajo la parra, una tarde de tormenta, fumando y enderezando clavos. Fumando el tabaco que luego te llevaría quien sabe donde, a otra aventura más intrépida aún, a la que no dudaste en ponerle el pecho.
¡Ah, viejo! ¡Quién pudiera preguntarte tantas, pero tantas cosas!. Disfrutar tus "batallitas".
Y mientras recorro el espacio desandando el camino que emprendiste tiempo atrás, no es casual que me aborden las mismas lágrimas que hoy evoco.


Sergio Adrián Storti Fornés.
Marzo 2000.

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