"Empujo la pesada puerta, pidiendo permiso, chirriaba apenas y el sonido leve cortó el bullicio de nuestra clase de pequeñines. Buen día, señorita Selva, dijo la pequeña, mi mamá me pidió si le podía mandar tizas (o làpices, o cartulinas... ¡Qué sé yo!) Solo recuerdo que en ese instante, por la claraboya existente en la pared, un rayo de luz atravesó el aire, detuvo las partículas en suspensión e iluminó la cara de la pequeña, sus cachetes rosados, su cabello con dos coletas iguales y esa sonrisa que amanecía. Yo, petrificado, miré a Luisito Seguro que dibujaba absorto, ensimismado en su hoja de papel, y descubrí que ese momento me acompañaría toda la vida. Está claro, que en el jardín de mi infancia, en esa primaria, maravillosa están los cimientos de mi sensibilidad actual.
Un año mas tarde, quedaba atrás la señorita Selva, a quien amábamos, y la aventura de la escuela se nos presentaba intrépida y avasallante. Yo pasé el primer día una suerte de test en el que tenías que pintar sobre una línea... recortar en zic-zac... en fin, un puñado de esas habilidades manuales que en mí eran profundamente esquivas, y como os podéis imaginar, entre los cursos A, B y C ( donde nos seleccionaban por aptitudes) me tocaba el C, sin contemplaciones. Y salimos, entonces, al salón techado, el gran patio cubierto del Colegio Normal, y me fundí en un abrazo con Luisito, Pablito, Marcelo y entre el grupo estaba la niña que portaba el sol, riendo y charlando con mas niñas y ahí me quedé... en el A. Cuando la señorita Escudero me preguntó ¿Y vos estás acá? Le habré contestado con un ¡claro!, o un ¡sí!, tan contundente que entré al A de manera un tanto... trucha. Tal vez en este hecho estén los cimientos de ese puntito de desfachatez tan necesario para vivir.
Y así transcurrió la primaria, hermoso crisol de lealtades y amigos, de complicidades y descubrimientos, la imagen de aquella niña se mantuvo en el tiempo y las bromas y los corrillos eran dominio de todo el colegio. Recuerdo un día cuando le confié a mi gran amigo Pablito Cocuzza que había escrito debajo de la mesa del comedor el nombre de la piba que me gustaba en morse y al revés (eran épocas del agente 007 y quien más, quien menos, portaba, en sus alforjas una historia de espía). Pablito se tiro debajo de la mesa y leyó en voz alta... An.. ¡Si ya lo sabe todo el mundo, boludo!!! dijo riendo. pero así era el Peti, tímido y soñador.
Cada minuto de aquella infancia, intensa y feliz, se agolpan en mi memoria, hoy que Sergi, con trece años a cuestas, descarga sus confidencias, y desengaños. Y me pregunta, y escarba... Un lindo ejercicio... ¿y el tuyo?
me he permitido la libertad de compartir tan hermoso escrito con alguna de las comunidades que frecuento. es bello.
ResponderEliminarGracias
Frana