domingo, 24 de abril de 2016

Oda al "califorato"

Mi primer coche fue un "califorato", era una ambulancia Ford Fairlane, que compré a un funebrero de Laguna Paiva en una suerte de trueque y que fui pagando con los ataúdes que fabricábamos con mi hermano y el negro Miguez. El "califorato" pasó, entonces, de transportar tristeza, a sembrar vida. Reconvertido en utilitario, la otrora ambulancia, se entregó por entero a surcar las noches santafesinas, montando peñas, encuentros culturales, mercadillos, pegada de carteles, campaña.
Recordaba conmigo en una de nuestras largas tertulias, la noche aquella en la que sacó del Centro Balear a los ochos integrantes de una murga, ¡con los tambores y todo, llevándoles hasta Santo Tomé! repetía el noble vehículo, mientras apuraba su "fernet con coca".  O el día aquel que, junto al Negro y al Flaco, en medio de una tormenta que arreciaba, cubrió los ochenta kilometros hasta Helvecia, con el limpiaparabrisas roto. Me contó su estupor cuando bajamos a la radio del pueblo, a anunciar que habíamos llegado, era la fiesta de la primavera. O aquella tarde noche, en la que nos lanzamos a la carretera con combustible solo para la ida... otros ochenta kilometros, pero no podia fallarle al amigo. Actuación, canto y poesía, y nos prestaron el dinero para la vuelta.
Interpelado por su nombre, le confié, que habia sido ocurrencia del flaco Neme, y que con el tiempo fue un término muy popular en la jerga universitaria, ¿me prestás, Peti, el califorato (ambulancia)? ¿hacemos, Peti, unos "califoratos" (nos tomamos unos vinos o birras)? ¿salimos a "califoratear"... muchas definiciones diferentes: lo que se dice un término universal.
No paramos de reir, de conocer, de soñar. El "califorato", che, una nave maravillosa, interestelar. Le fundí el motor en un despiste, no funcionaba el limpiaparabrisas, ni el marcador de nafta, no tenía los papeles, pero me encantaba su pulso, su versatilidad, su conducción... Lo vendí por doscientos mangos, que no terminé de cobrar. Así era el Peti.
Hoy les presento a la "califorata", una Nissan Vanette, en su primer bautismo de guerra, en el que sembró rosales en los maceteros que cuidamos con S´Ateneu de Santa Margalida. De aquel Ford Failene, a esta mina le separan unos treinta años y miles de kilometros... pero me aseguró, que su espíritu está intacto.

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