Siempre es difícil. Entrar, digo. Siempre. Tu planificas la mañana, pero es azarosa, vengativa.
Hoy, por ejemplo. entraba a las 7.30h y vaya uno a saber porqué... la cola llegaba hasta Marratxí.
Pero ayer fue igual ¿sabés? o anteayer, la moneda girando en el aire, para caer, siempre o casi siempre, de cruz. Al final entras y cuando lo haces, te recibe despeinada y en transparencias, como la luz tenue que atraviesa la fronda de su arbolado en los paseos y boulevares. Esa es Palma. Despistada y fugaz, mientras yo furgoneteo sus calles, visito sus bares, indago su pulso imperfecto, la odisea.
Cuando logras llegar temprano, los "carga y descargas" cobijan particulares y hacemos imposibles para encontrar un hueco, un sitio donde aparcar la osamenta de lata que me trajo.
Y el jornal discurre implacable, con su sonrisa marchitándose al paso de las horas, la fatiga.
En ocasiones, cuando te tiene contra las cuerdas, te quita la respiración con su andar altivo, arrollador, despampanante...te paraliza y unos metros más allá la melodía del flaco con guitarra, te la devuelve casi sin saber, que en ese gesto, te salva la vida. O el soplo de aire fresco de los malabaristas en los semáforos, o el sufrimiento estóico de las mujeres y los hombres estatuas... Palma es así, la amas y la aborreces en la misma coctelera, y la mezcla resultante, es una mezcla extraña de cansancio y placer. Porque yo trabajo así, viviéndola. El reencuentro ha sido intenso, yo con mis gafas cayéndose a cada rato (o las arreglo, o me hago una muesca en la oreja... bueno, las arreglo), mirándola intentando penetrarla, redescubrirla. Ella, haciéndose la loca, me muestra sus tatuajes nuevos, su pearcing y su aire de mujer renovado. Me cuenta esperanzada que pronto le quitaran una espìna que la ata a su pasado más triste, un monolito, cuyo mármol volverá a la cantera de la que nunca debió haber salido.
Por la tarde, cuando el ocaso asoma, me sorprende. Y Juan Carlos, con su 65 años a cuestas me dice "que hacés rosarino"... ya no le corrijo, le abrazo, la vida nos cruza cada tanto, vende pinturas en calle San Miguel. Fluimos como siempre, que el café, que el asador donde trabajaba, se declara podemita desde el minuto cero, el tiempo se detiene. No es casual que seamos amigos, pienso. Juan Carlos, es entrañable, de esos seres humanos que la vida te regala y la ciudad dosifica, te entrega en cuotas, y aparecen justo cuando el abatimiento esta apunto de ganarte la partida... Nos prometemos futuros encuentros, visitas hogareñas y asados posibles... la ciudad dirá.
Atractiva, intensa, impredecible, seductora, voraz, Palma te abraza.